domingo, 27 de abril de 2008

Relatos: La eterna soledad de los inmortales

Aquí os dejo otro de los relatos que escribí en el pasado, a ver que os parece:

Todo comenzó un día de Junio.
El sol apretaba con fuerza y el calor estrangulaba mi garganta de sed.
Me dirigía al colegio, era yo mas joven y no sabia lo que me esperaba al acabar el día.

En el colegio todo fue normal, sin embargo algo estaba pasando, algo sucedía, la atmósfera se enrareció por segundos y el tiempo comenzó a cambiar. Paso de ser posiblemente el día más bello del verano, a la tormenta más peligrosa de primavera.

Las nubes se cerraban sobre mi cabeza cual soga sobre mi cuello. La madre tormenta asomaba su rostro tras la realidad de un simple mortal.

El viento soplaba con fuerza y la cólera de los dioses se desato. En una décima de segundo comenzó todo. La lluvia golpeaba con fuerza los cristales de las ventanas de las casas, las ramas de los árboles bailaban eufóricas y los pájaros intentaban volar, raudos y veloces, en busca de un refugio seguro.

Mi primera reacción fue salir corriendo para mi casa, sin embargo algo dentro de mí me llevo en otra dirección.

Me dirigí como hipnotizado al parque más grande y más verde de mi barrio, una locura por mi parte, pero así lo hice.

En un abrir y cerrar de ojos me encontré dirigido por el viento. Los truenos y los rayos no me asustaban, eran mis compañeros de viaje.

Algo empezó a sonar en mi cabeza, una voz continua, identificada con el terrible rostro de la mujer perfecta.

Era ella quien me estaba dirigiendo, tal vez hacia un lugar más bello, tal vez hacia la peor de las condenas. Sin pensarlo la seguí, la escuche, deje que su voz penetrara lentamente en mis pensamientos más profundos, hasta el instante mismo de verme poseído por completo.

Allí, en medio de un bosque de árboles, mecido por el viento, la vi.

Su belleza sin igual la ayudaba a radiar luz, era como si en medio de un bosque negro ella fuera la lámpara de mi salvación final. Su pelo negro, sus ojos verdes, su finura en exceso y su palidez no me asustaron en aquel preciso momento. Sin embargo algo me estaba pasando.

Me deje llevar, me deje abrazar por ella. Con ella me sentía seguro, en paz.

Allí, en medio de un bosque de árboles, mecido por el viento, y anclado en su cuerpo me dio el
beso de la eternidad.

Entonces me di cuenta de que no era nada mas que una trampa mortal.

Estaban perdiendo toda mi sangre y aun peor, mi alma. Notaba como mi cuerpo moría. Sentía como mis venas se secaban y mi alma huía.

Acto seguido me agarro de la cabeza y me obligo a beber de ella, intente negarme, pero mi cuerpo lo deseaba, es mas lo necesitaba, la sangre de la vida debía de ser mía.

Y bebí, bebí tanto que casi la mato, pero antes de llegar a ese me punto me libero, y se marcho.

Ahora estaba solo, tenia frío, sentía miedo, no tenia nada, me había robado el alma, y con ella se había llevado mi mortalidad.

La inmortalidad es la muerte de la vida y la condena de la soledad. Desde entonces la soledad inunda cualquier momento de mi vida.

Ella sigue libre, condenando a simples mortales como yo a la eternidad y, aunque este solo, siempre le estaré agradecido, ya que aunque me condeno, me dio algo. Me dio el poder del todo.

Ahora veo las cosas de un modo distinto, la vida ya no tiene importancia, sin embargo cualquier cosa, por sencilla que sea, es más importante. Se puede ver a cámara lenta el vuelo de un pájaro, sentir el calor máximo del fuego en la piel sin quemarte e incluso llegar a leer la mente del ser que esta a tu lado.

Siempre solo, con poderes inmortales, pero solo, en un mundo sin fin, y con un poder sin final

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